domingo, 1 de agosto de 2010

Relato corto II

Este seria el siguiente, pero no es una continuación, mas bien, se desarrollan al mismo tiempo.



CAPITULO I

Había sido una noche maravillosa. No había cabida para más pensamientos en su cabeza. Estaba envuelta en sus brazos, vestida con su camisa y acostada en su cama. Respiró profundamente, respirando su olor, y se dejo arropar por el calor del chico.

- Buenos días, preciosa – oyó ella a su lado, justo en su oído. Se dio la vuelta rápidamente.

- ¡Estabas despierto! – dijo de buen humor, con una sonrisa en los labios.

Él sonrió y la atrajo hacia sí, envolviéndola en el suave calor que emanaba su cuerpo. Sami acarició el pelo castaño de ClaraBell; ClaraBell se derritió con las caricias de Sami.

Un ruido, como un gruñido, interrumpió el momento.

- ¡Eh! ¿Qué ha sido eso? – dijo el chico. ClaraBell se sonrojó.

- Han sido mis tripas.

Él sonrió.

- ¿Quieres desayunar? – le preguntó.

- Hmmm… ¿nos tenemos que levantar? – se quejó ella.

Sami se levantó, dejando el torso desnudo a la vista de ella, que se sonrojó.

- El desayuno no se va a hacer solo, guapa, por muy coloradita que te pongas.

Ella soltó una exclamación contenida.

- ¡Tonto! – gritó – ahí te quedas – añadió tapándose totalmente.

- Venga – pidió con carantoñas, haciéndole cosquillas – sal de mi cama.

ClaraBell sacó la cabeza.

- Creía que nuestra cama.

- ¡Saliste! ¡Te pillé! – corrió a luchar por el resto de sabana.

Forcejearon con risa floja durante unos minutos.

- ¡El piso es de mis padres!

- ¡La mitad de la comida es mía!

Y así durante casi media hora; acabaron abrazados y haciéndose mimos.

- Bobo. Sigo teniendo hambre, por cierto. ¿No me vas a hacer el desayuno?

Él le lanzó una mirada atravesada.

- Yo me voy a hacerme mi desayuno, cuando quieras desayunar tu, ya sabes… - le contestó en un tono falso, como si bromeara, mientras se levantaba.

- ¡Vale, vale! Ya me levanto.

Sami soltó una risilla maliciosa:

- Jújuju, has caído en mi trampa monstruito –le dijo abrazándola - ¿vamos?.

- Vaamos, a veces eres…

Se levantó. Pero enseguida se volvió a sentar con un rictus extraño en el rostro. Sami se acercó a la chica, preocupado y con la cara sonrojada. Ella alzó los ojos color chocolate hasta los verdes de él.

- Siento como una molestia… allá abajo. ¿Es normal, no? Bueno, es que después de lo de anoche… dijo ClaraBell, poniéndose colorada también. Se levantó despacio.

- Esto…y, ClaraBell, ¿te gustó?

Ella sonrió.

- Te cuento durante el desayuno.

- Jajaja. Vale, vale. Se ve que tienes hambre – dijo mientras la abrazaba.

Se levantaron de la cama y salieron del diminuto y único cuarto del pequeño piso. Era un apartamento de playa, donde Sami y sus padres pasaban los veranos; Sami había conseguido que, como regalo por sus dieciocho años, le dejaran el diminuto ínfimo pisito para pasar un fin de semana a solas con ClaraBell, siempre que ellos pagaran la comida. El apartamento tenía una baño, una habitación y un salón cocina; lo justo para hacerse con unos días de felicidad plena.

Sami hizo unas tostadas y ClaraBell se calentó una taza de leche; cuando ambos terminaron de prepara la mesa y de colocar la comida, lo dos se sentaron a disfrutar de los rayos de sol que entraban a través de las cortinas, dándole al aire una apariencia dorada y cálida. Ella sentía la frescura de las baldosas en sus pies descalzos, de pronto percibió la calidez de los pies de su acompañante en contraste con el frío. Abrazó con sus pies los tobillos de él y sorbió un poco de su tazón de leche, con un regocijo nuevo para ella; Sami percibió el gesto de la chica y cogió su mano por encima de la mesa, en una caricia rebosante de ternura.

CAPITULO II

ClaraBell

Una semana y media después.

‘No me ha venido la regla’ pensé mientras estudiaba mi ropa interior, preocupándome de nuevo por el hecho de que ayer debía haberme bajado el período y aún no lo había hecho. Sé que no debo preocuparme, porque aunque… bueno aunque hiciera eso con Sami no significa que esté… nada de nada. Era un momento seguro, lo busqué en Internet y decía que había que dejar pasar unos cuantos días después la regla y no había problemas porque no estaría fértil, y no habría riesgo de quedarme embarazada. Quería que mi primera vez fuera perfecta, y vaya si lo conseguí, ahora no me puede pasar esto; lo miré todo para que pudiera ser sin preservativo, para que en mi primera vez estuviera conectada con él de verdad, sin estar separados por un trozo de látex. Lo hablé con Sami no estuvo de acuerdo al principio, pero lo convencí de que aceptara mis motivos. Aunque ahora creo que me arrepiento un poco. Solo puedo esperar a que me baje por que si no… si no, más me vale a mi que no haya un ‘si no’.

Me vestí con un vestido azul y unos leotardos violetas, cogí mi abrigo y salí por patas de mi casa, despidiéndome de mis padres mientras salía; llegaba tarde al instituto.

Pasé la mañana entre aquí y allí, sin saber muy bien que hacer, como si un manto asfixiante de preocupación me quitara la capacidad de concentración; solo podía estar pendiente de quitarme el manto pesado, y nada más. A segunda hora me preguntó el profesor de inglés unas cuatro veces la misma cosa, y yo sin enterarme de nada, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba hablando conmigo. Aurora y Dabilonia me hablaban, pero yo solo podía pensar en ‘y si esto, y si lo otro’. Cuando llegó el descanso del recreo, casi no salgo de clase. Bajé las escaleras desganada, esperando la llegada de Sami donde nos habíamos sentado todos, al pie de una de los falsos pimenteros que estaban regados por el enorme patio del instituto. Me di cuenta de que pasaba algo entre Aurora y Bellatrix, como si estuvieran tensas la una con la otra; Bellatrix no dejaba de echar miradas extrañas a Aurora, y esta no se daba cuenta de nada, hablaba emocionadísima con Dabilonia sobre tatuajes. Cuando Sami llegó no pude más que sacar una triste sonrisa, y él, con lo bien que me conoce, se dio cuenta de que algo me pasaba. Me levantó del césped con una mano, y con la otra le decía a Aurora, Dabilonia y a Bellatrix que nos íbamos un momento. Prácticamente me sentó él de nuevo en la alfombra de hierba, estaba como ida; nunca me había parado a pensar en que yo podría encontrarme en esta situación, y las consecuencias se apelotonaban en mi cerebro impidiéndome pensar en otra cosa.

- Bueno - me dijo él, con una expresión indescifrable – ClaraBell, dime que pasa.

Me lo dijo en un tono que no admitía réplica, y que me sacó brevemente de mi ensimismamiento. Le miré a lo más profundo de sus hermosos ojos verdes, esos que me recordaban a un prado de verano.

- Veras, Sami…es que no me ha bajado la regla todavía – solté, medio de sopetón, para no extender el momento.

Sami no hizo nada, me miró también a los ojos, y así estuvo un rato.

- ¿Cuándo tenía que venirte?

- Ayer – contesté.

- ¿Y has estado dándole vueltas a la cabeza sobre el asunto, te has angustiado? – me preguntó en el mismo tono neutro.

- Si, un poco si, la verdad.

El respiró como si el manto pesado no le pesara tanto, más tranquilo.

- Vale. Recuerda lo que te había contado antes, lo de que si te preocupas, te angustias y etc. se te va a seguir retrasando, lo que tienes que hacer es relajarte y distenderte del tema, ver una peli esta tarde en tu cuarto, leer o hacer algo que te haga concentrarte en otras cosas, ¿si? - me explicó.

Jugué con las mangas de mi rebeca, que me cubría los dedos. De pronto me di cuenta de que me estaba preocupando por algo que no era la primera vez que me pasaba, sin ir más lejos, el mes pasado se me retrasó tres días. Miré a Sami, absorbiéndolo todo lo que podía, su pelo castaño, sus ojos verdes, su sonrisa de labios carnosos, su pecho firme y bien moldeado… era tan guapo.

- Tienes razón, amor, perdona. Me estaba preocupando por cosas que no eran – le dije con dulzura.

Él puso una media sonrisa.

- Lo que tienes que hacer es pensar en otras cosas, ¿vale?

En ese momento no pude más que asentir, confiando plenamente en su palabra.

Casi cuatro horas más tarde llegaba a mi casa, con el olor a la comida recién hecha de mi madre flotando en el aire.

- ¡Hola, mamá! Ya estoy aquí- saludé.

- Se oían los típicos ruidos de cocinas, calderos, cubiertos…

- Hola, mi amor – contestó ella desde la cocina - ¿qué tal el día?

Me dispuse a describirle mi día, omitiendo lo que me había estado preocupando.

- Pues la verdad es que ha estado un poco raro, hoy me ha costado más concentrarme, pero bien. Y Aurora y Bellatrix están muy raras, y Thomas se ha echado novio… ah si, y el profe de mates nos ha puesto un examen para la semana que viene.

- Bien, ¿y lo tienes bien preparado? - me preguntó mientras cortaba unos tomates para la ensalada.

- Si, este tema lo llevo bastante bien. Voy a dejar las cosas en mi cuarto y vuelvo a bajar.

Cogí mi mochila verde y subí las escaleras al segundo piso. Dejé la maleta de cualquier manera en el suelo de mi cuarto y me metí en el baño a hacer pis.

Cuando me miré las braguitas… ¡Si! ¡Ahí estaba la deseada sangre! Ni había notado cuando me había venido. ‘No estoy embarazada’ me dije para mí misma ‘¡No estoy embarazada! Jopé… ¡que bien! Soy feliz… por favor que simple soy’ pensaba, contenta por fin.

Salí del baño dando saltitos y súper feliz, tanto, que mi madre me preguntó que si me había pasado algo. Yo le conteste que simplemente me había puesto de mejor humor. Esperamos a mi padre para comer, en tanto pusimos la mesa mientras nos contábamos cosas de nuestros respectivos días. Había un delicioso estofado de pollo en su salsa (receta de mi abuela) con guarnición de verduras sofreídas, estaba tan rico que los tres repetimos, después nos quedamos viendo la tele un rato, haciendo un zapping mixto según quién tuviera el mando.

CAPITULO III

Dos meses después.

ClaraBell y Sami habían pasado a un nivel más íntimo de su relación. Mantenían relaciones sexuales, con protección, pero a veces ClaraBell proponía hacerlo sin el, ya que controlaba su calendario menstrual; como a Sami lo que más le gustaba era poder sentir a ClaraBell, no podía negarse a su propuesta. Estaban viviendo lo mejor hasta ahora de su relación, en que el tiempo que pasaban juntos era siempre de felicidad para ambos. Cuando estaban ellos dos solos el mundo desaparecía y se entregaban a todos sus actos, desde prepararle un sándwich al otro como disfrutar de una larga conversación.

Sami estaba ahorrando para comprarse un coche, así que algunas tardes entre semana iba a trabajar de camarero en un bar elegante de la zona pija; siendo tan guapo y tan bien visto, era difícil rechazarlo como trabajador. El curso estaba casi terminando y tenían pensado aprobarlo todo para pasar un verano estupendo, juntos, y con sus amigos; pero algo totalmente inesperado les iba a complicar un poco las cosas.

Era viernes y Sami y ClaraBell tenía pensado salir a dar una vuelta para disfrutar del calor, y a lo mejor ir después a la playa, porque hacía como un año que no iban a bañarse juntos en el mar y lo echaban de menos. Al salir de clase se fueron cada uno a su casa. Sami acompañado de Thomas y Dante, a sufrir las muestras de cariño de los dos homosexuales, y ClaraBell, que vivía más cerca, iba con Aurora y Dabilonia, Bellatrix se les unió en el último momento.

- Que calor hace, ¿no? – dijo ClaraBell.

- Pues la verdad es que yo creo que hace un tiempo estupendo, la brisa no está caliente como la semana pasada.

Pasaron el resto del camino hablando.

Cuando ClaraBell llegó a su casa saludó a su madre y subió las escaleras. Entró en su cuarto, una habitación pintada de violeta pastel y con muebles de madera, y llena de estanterías de libros y manuales de todo tipo; resaltaba una balda llena de muñequitos, de esos que vienen en los huevos Kinder. Se sentó en la silla de escritorio, enfrente de su mesa y miró su calendario para revisar cuantos exámenes le quedaban. Solo le quedaban tres, de economía, de filosofía, bastantes importantes, así que ClaraBell empezó a preparar los libros que necesitaba para estudiar. Volvió a mirar el calendario; quería asegurarse de que tenía los días bien organizados.

Y ahí se dio cuenta de que faltaba una marca roja en este mes, ahí se dio cuenta de que hacía más de un mes que tenía que bajarle la regla. Se puso nerviosa. La última vez que le había pasado algo parecido, terminó por bajarle al día siguiente, pero ahora… hacía más de una semana que no le venía. Respiró intentando tranquilizarse y cogió su móvil, telefoneó a Sami.

- ¿Sami?

- Si al habla, dime preciosa.

- Sami…no se como…no me ha bajado la regla todavía.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.

- ¿Es como lo que pasó la última vez?

- No lo sé. No he estado pendiente, es decir, que no me he preocupado y… Sami… me estoy asustando.

- No, no pequeña. Sabes que pase lo que pase voy a estar contigo, ¿vale? Lo que tienes que hacer es comprarte una prueba de embarazo, de esas que haces pipí y te dice lo que estas. Vamos a comprarla esta tarde.

- Vale. Amor, tengo que colgar, voy a comer. Te quiero.

- Adiós mi amor.

ClaraBell escuchó los pitidos de la línea, como si fueran las trompetas de un condenado. Lo sabía, no tenía claro como lo sabía, pero lo sabía; estaba embarazada.

A la tarde quedó con Sami en la esquina de su casa. Después de comprar la prueba, muy cara para el hecho de que era algo totalmente necesario y no un capricho, se despidieron.

ClaraBell fue al baño, caminaba como si la llevaran a la guillotina. Se sentó en el váter y se bajó las braguitas. Se hizo la prueba la prueba.

Espero un minuto, dos por si acaso.

Y miró el resultado.

Positivo.

Prácticamente sintió como la realidad se distorsionaba a su alrededor, como el aire le asfixiaba de nuevo, como la última vez pero peor, mucho peor.

Si, lo estaba, estaba embarazada.

Se apresuró a llamar a Sami con dedos temblorosos. A pesar de su amor, a pesar de todo, ClaraBell no podía tener ese niño.

Sami le dijo que tenían que buscar un sitio donde poder… abortar. Esa palabra sabía extraña en el paladar de ClaraBell, como cuando chupas las llaves y tienen ese extraño sabor metálico.

De repente sentía que vivía en un remolino, como todo da vueltas y vueltas, y pasaba una velocidad de vértigo.

Buscó desesperada entre la cantidad de papeles de su escritorio. Recordaba que en una charla de sexualidad en el instituto le habían dado una guía en la que estaba un centro privado donde se podía hacer un aborto. Lo encontró rápidamente, ocultó en otros papeles.

Llamó con rapidez y manos temblorosas.

Era caro, muy muy caro. Cuatrocientos euros que no sabía de dónde sacar. Colgó dándole unas inentendibles gracias.

Llamó a Sami.

- No tenemos dinero para pagar algo así – le dijo entra sollozos espasmódicos.

- Yo tengo ahorrados doscientos euros más o menos. Pero necesitamos otros doscientos… puedo hablar con mi padre y…

- ¡No Sami! No puedo decir nada me matarán… yo… tengo miedo Sami… tengo miedo…

- Tranquila – le dijo con ternura – cariño tranquila. Hay que decírselo a tus padres y a los míos. No podemos hacer esto por nuestra cuenta, ¿lo entiendes?

Ella sorbió con la nariz.

- Sí, lo entiendo… estoy asustada.

- Lo sé. Yo también – suspiró – voy a hablar con mi padre. Si quieres espérame, y se lo decimos los dos a tus padres.

- Sí, por favor. No sé si sola lo voy a poder hacer esto – dijo mientras se encogía en sí misma, rodeando su tembloroso cuerpo entre sus propios brazos.

- No te preocupes, amor. Estoy contigo. Esto es responsabilidad tanto tuya como mía.

- ¿Sami?

- Dime.

- Te quiero. Nos vemos luego.

- Si.

Colgaron. Respirando a la vez, cada uno enfrente de sus respectivas mesas, los dos apretando la frente contra la superficie del mueble, con los ojos llorosos.

La reacción de los padres fue la esperada. Sorpresa, frustración, enfado. Pero Sami intercedió por ClaraBell, y ClaraBell por él. No los llamaron irresponsables. Lo hicieron con rapidez, acortando todo lo posible el trauma.

EPÍLOGO

Varias semanas después.

Ese día el grupo de amigos fueron a celebrar el verano en una pequeña cala en el mar, un pequeño rincón privado para celebrar su graduación. Se reunieron en la casa de Dabilonia, Salem conducía y entre todos aportaban cosas, comida, mesa, sombrilla... Sami, para sorpresa de todos, había llevado un casete antiguo con sus cintas, que las había proporcionado ClaraBell, estaban más unidos que nunca. John Lee Hoocker, Aretha Franklin y famosos del siglo anterior los acompañaron durante todo el trayecto. El sol brillaba con calidez, y el cielo aparecía despejado, de un azul intenso, salpicado del blanco inmaculado de algunas nubes solitarias.

ClaraBell respiró el aire con olor a salitre al bajar del coche. Era alguien nuevo. Había madurado de manera rápida, pero certera. Tanto ella como Sami.

Todos estabas envueltos en risas y regocijo. Ellos no sabían lo que había vivido su pareja reciente.

Ya en la playa, después de una comilona contundente, y casi vaciar los cestos de comida, se encaminaron cogidos de la mano, en una corta cadena humana, hacia la orilla. El agua llegó a los pies de los primeros, soltaron exclamaciones de lo frío que estaba el océano.

ClaraBell trepó por el cuerpo de Sami, huyendo del agua y de las salpicaduras de sus amigos, que habían empezado a jugar en el agua. Entre risas empezaron a mojarse y salpicarse, y hubo más de una ahogadilla entre los chicos. Cuando estaban todos ya empapados, se sentaron en la zona húmeda de la arena.

Estaban todos haciéndose mimos, todos tenían pareja.

ClaraBell besó a Sami y lo miró con ternura.

- Te quiero, siempre.

El sonrió y se le iluminó la mirada.

- Yo también.

Se rieron por un comentario de Aurora.

Miraron al cielo, que los cubría por igual a todos. Pasara lo que pasara, para ClaraBell el cielo seguiría siendo el mismo. Y, algún día… recuperaría ese hijo.

Relato corto I

Este pequeño relato lo escribí, junto con el siguiente, para un trabajo de Ética Cívica, asignatura, tuve que empezar de cero una historia de apenas 5 páginas, y por eso los personajes y los hechos no están muy definidos.



CAPITULO I

Bellatrix siguió mirando a la rubia. Los rayos del sol le arrancaban destellos dorados a su pelo, y la tenían engatusada. Ella se volvió y reparó en la mirada escrutadora de Bellatrix, esta apartó su mirada, algo avergonzada. Aun así, la rubia no se dio por aludida y siguió la conversación. Bella suspiró, le estaba costando trabajo definirse, todavía no lo tenía muy claro. Aurora, con su pelo rubio, sus ojos grises y su piel de porcelana, con su carácter aniñado y dulce le provocaba muchas cosas; pero Salem también. Él tenía ese punto sexy e indiscutiblemente atrayente, que hacía que se te revolviera el estómago con sus excitantes ojos negros a través del lacio pelo negro, cuando la atraía entre esos brazos que la apasionaban.

Aurora seguía pendiente de Bellatrix con el rabillo del ojo mientras Dabilonia y Sami animaban la charla sobre tatuajes, Bella llevaba un par de días extraña, poco comunicativa, y a la vez muy atenta con ella. Sami llamó su atención con un toque de su brazo:

- Hey, pequeña Aurora, digo que me voy un rato con ClaraBell.

- ¡Ah, si! Vale, nos vemos. – contestó con rapidez, saliendo de su ensimismamiento. Sami se levantó de un salto y les hizo un gesto de despedida mientras caminaba hacia la entrada del edificio del instituto, dejando solas a las tres chicas.

- Sigo contándote Aurora, y… ayúdame Bella – dijo dirigiéndose a la chica que estaba algo apartada; su pelo negro tapaba parte de la cara y le oscurecía la mirada –que tú eres la que ya se ha hecho tres tatuajes, yo todavía no he convencido a mis padres.

Bellatrix tardó un rato en contestar a su amiga, como si le estuviera meditando profundamente la respuesta. De repente se levantó y empezó a caminar en dirección contraria al instituto, las dos chicas apenas tuvieron tiempo de entrever su sonrisa franca antes de que diera la vuelta y les gritara:

- ¡Ya os cuento después! -. ‘Ahí estaba otra vez’, pensaba Aurora para sí, ‘sin comunicarse y apática’; era evidente que algo le pasaba. Y se estaba preocupando seguramente en vano, porque Bellatrix, con lo independiente que era, seguramente solucionaría eso que pasara en breve, pero era una amiga muy especial para ella…y la preocupaba. Se levantó para seguirla.

- Auro, déjala, ella es así, hablará con Salem o... no sé con cualquiera de nosotros y volverá a ser la de siempre. – le dijo Dabilonia. Aurora se volvió hacia su amiga, como casi siempre tenía razón, pero aún así…

- Ya lo sé, Dani, pero siento que tengo que darle mi apoyo, a lo mejor me cuenta que le pasa y puedo ayudarla. La chica se le quedó mirando unos segundos, y con una sonrisa de resignación le dio a entender con un gesto que fuera a buscar a Bellatrix, pero al verla irse corriendo para alcanzarla no pudo evitar pensar que, en cierto modo, la pequeña Aurora parecía sentirse responsable de lo que fuese que le pasara a Bellatrix.

La chica rubia corrió hasta llegar a donde caminaba la morena. La cogió con suavidad del brazo.

- Bella… - le dijo únicamente.

- Dime.

- Tú… ¿estás bien? Llevas un par de días rara y… quería que supieras que me tienes aquí para lo que necesites, lo sabes, ¿verdad? – le contó a la chica, mirándole a los ojos verdes, escrutándolos. Aurora se fijó que parecía contenida en sí misma, y vio como la alta figura de Salem se acercaba a ellas. Se apresuró a decirle eso que había pensado:

- Bellatrix, quería decirte que yo…que sabes… - La rubia contempló el paso inexorable del hermoso chico. Ella no tendrá nada que hacer contra la fuerza del mejor amigo de ella, pues si Bella hablase con alguien, sería naturalmente con él. Se sintió impotente, que sobraba para su amiga Bella.

- Si, dime Auro – le dijo ella con expectación. Salem ya casi había llegado adonde estaban.

- Pues yo…mmm, nada, no es importante Bella. Aquí tienes a Salem para desahogarte – replicó con cierta dureza en la voz, marchándose bruscamente. Bellatrix contempló el paso de la chica; cuando miró a Salem, el chico percibió que sus ojos de Bella estaban húmedos. Salem se dio cuenta de que la reacción de Aurora había afectado a Bellatrix, más de lo normal, e identifico a la chica de la que tanto le hablaba Bella últimamente.

- Bellatrix… - le dijo el chico, con una voz atractiva y profunda - ¿quieres que hablemos de ella?

Recibió una mirada extraña de la chica. Era acuosa, parecía suplicarle algo, brillaba con intensidad, y, sobretodo, rebosaba tristeza y confusión. Salem escuchó apenas un susurro, contenido, soltado como una nube al viento intentando pasar desapercibida.

- Creo que si…

CAPITULO II

- Creo que si… - le dijo ella. Ocultó su rostro entre las cortinas de pelo negro, y rodeó su cuerpo con sus propios brazos.

- Ya veo… - susurró para sí, mientras miraba hacia la rubia, que se había alejado y volvía a estar sentada en la extensión de césped, Bellatrix también miraba hacia la chica. – Ella… te gusta, ¿verdad?.

Bella subió la mirada hasta el chico, con ojos brillantes y conteniendo las lágrimas que pulsaban por salir. Su mente era como un remolino de sentimientos, ya no podía estar segura de nada de lo que sentía.

Salem buceó en sus ojos y no pudo más que envolverla en sus brazos. Bellatrix, poco a poco, empezó a llorar. Al principio, en silencio y conteniendo las lágrimas, y al final no pudo parar el torrente de emociones que necesitaban ser consoladas y comprendidas. El chico la atrajo aún más hacia sí, la abrazó con fuerza y acarició los cabellos oscuros de Bella. Cuando ella ya se había tranquilizado un poco, alzó los ojos anegados de lágrimas hacia Salem; este cogió con una mano su rostro y le limpió las gotas con cariño.

- Entonces… también crees que si, ¿no? – le dijo él. Ella entrecerró los ojos.

- Está bien, no me digas que estás celoso – contestó entre sollozando pero riendo.

- ¡No! Ay, mira que a veces eres… Bella, yo sé lo difícil que es darse cuenta de que eres bisexual, ya sabes lo que me paso a mi y mírame ahora que b- se vio interrumpido por ella.

- ¿¡Bisexual!? Pero… yo no soy bisexual – soltó la chica con sorpresa, recuperándose inmediatamente de la llantina anterior. Él se rió, la miró con dulzura.

- Bueno, vamos a ver Bella, a ti te gusto yo, ¿no? – preguntó.

- Pues si, y mucho, ya lo sabes –. Él rió de nuevo:

- ¿Sabes Bellatrix?

- ¿Qué?

- Tu vas de chica dura, independiente, libre… pero eres muy dulce.

- En fin… - suspiró la chica, mirando hacia otro lado.

- ¡Jaja! Vale, vale; ya sigo dama de hielo. Como te iba diciendo antes, a ti te gusto, mucho, tanto que he pasado de ser tu mejor amigo a casi tu amante – esto le arranco una sonrisa a ella – dicho burramente, ha acostarte conmigo, ha ser capaz de confiar en mi. Y Bella, ¿es eso lo que te inspira Auro, es eso lo que te hace sentir?

La pelinegra lo miró intensamente.

- Bueno…Auro me gusta, pero de ahí a hacer eso con ella, es decir, me siento atraída hacia ella, tanto como podría estarlo de ti o cualquier chico, pero todavía no la conozco tanto íntimamente como para… no sé si ella… ¿tu me entiendes? – dijo con una pregunta en sus ojos verdes.

- Si – respondió con una sonrisa – y entonces, ¿por qué dices que no eres bisexual? No hay ningún problema por serlo.

- Pues no sé, ¿eso no eran los chicos?

- ¿¡Sólo los chicos!? – dijo con sorpresa – ¿por qué dices eso?.

- Yo pensaba que… había oído que… -Bellatrix bajó la mirada, sonrojada - ¿no?

- ¡No! Me pregunto quién irá diciendo esas brutalidades…Bella, si te gustan los chicos y las chicas eres bisexual, así de simple, seas del sexo que seas.

- ¿Y ya está? ¿No hay que decidir que sexo te gusta, o al menos con el que practicas sexo, o el que muestras en público… nada parecido? – dijo ella, incrédula.

- Vamos Bellatrix, ¿lo dices en serio?

- P-pues si.

- Ja ja – se rió el, sin malicia – en el fondo eres una ingenua inocente.

Ella le miro atravesada.

- ¡Yo no soy nada de eso! – contestó gruñona. Él volvió a sonreírse, la atrajo hacia sí - ¿Sabes, Salem? Aurora me gusta mucho. Me siento protectora hacia ella, me da la sensación de que es algo delicado y suave… ¡me gusta! Sienta bien decirlo, aunque me da un poco de vergüenza… - confesó. Aún así, Salem pudo percibir tristeza en los ojos de la chica.

- Pero… - dijo él, incitándola a continuar y descubriendo el ‘pero’ del asunto.

Bellatrix sentía una libertad interior después de llorar y hablar con Salem que la dejaba tranquila y feliz consigo misma, y le permitía aceptar y comprender lo que pasaba en su interior. Pero ella no sabía si sus sentimientos serían correspondidos, cosa que Bella sabía que sería muy poco probable.

Ella alzó las manos hasta la mirada verde del chico. Salem la conocía demasiado bien, no en vano, era su mejor amigo, su amante, su confesor, su compañero. La chica se arropó entre los brazos de él; este lo notó y la tomo con ternura, dándole a entender que estaba allí, apoyándola.

- Pero no sé si seré correspondida, mejor dicho, sé que no seré correspondida, así que no vale la pena intentarlo – dijo ella con pesimismo.

El chico se le quedó mirando, absorto en sus pensamientos.

El sol iluminaba el cielo, lleno de claros entre las nubes, y el enorme patio. Los que estaban en las parcelas de césped lo agradecieron con risas y vitoreo. Un cabello rubio atrajo la atención de Salem. El pelo que brillaba a lo lejos se revolvió a la vez que la cabeza de la chica, Aurora.

CAPITULO III

El pelo de la chica atraía la mirada pensativa de Salem. De repente, se levantó. Bella se tambaleó sin el apoyo de Salem.

- ¡Salem! ¿Qué pasa? – le dijo ella sobresaltada.

- Bella, espera aquí un momento – le contestó, apretándole ligeramente la mano.

Sin darle tiempo a responder, el chico salió corriendo. ‘Pero… ¿Qué hace ahora?’ pensaba Bellatrix, dejando correr el asunto. Él estaba corriendo hacia el grupo donde estaba sentada Aurora. Sami y ClaraBell estaban más apartados, apoyados en el tronco de un falso pimentero, y Dabilonia hablaba con Thomas, que acababa de llegar, pero Auro estaba… alejada del conjunto, no físicamente, pues se sentaba en medio del grupo, pero parecía estar muy lejos de allí.

Salem se acercó a la rubia. Los ojos de ella centellearon al descubrirlo allí, pero apartó su mirada y cruzó los brazos sobre su pecho, indicando que lo “echaba de su espacio”.

- Aurora – la llamó él. Esta volteó la cabeza con irritación hacia él, dirigiéndole una dura mirada.

- ¿Qué quieres? – replicó, con la misma dureza de su mirada.

- Quiero que vengas un momento con Bellatrix y conmigo – le pidió él.

Ella soltó una risita sarcástica por lo bajo.

- ¿Es que no puedes satisfacerla tú? – soltó cortante.

- Por favor – dijo con cierto deje molestia en el tono de voz. Era obvio que el comentario le había molestado.

Ella se levantó y mientras se sacudía el césped de los pantalones buscó a Bellatrix con la mirada. La localizó en el extremo más alejado del patio; estaba mirando el cielo. Era una costumbre que ambas compartían. Un ramalazo de ternura invadió los sentimientos de la chica.

- Está bien – le dijo Aurora, impulsada por el sentimiento repentino que le había sugerido la figura de Bellatrix. Él asintió con un movimiento de cabeza:

- Vamos.

Ella se despidió del resto con un gesto de la mano. Empezaron a caminar hacia donde estaba Bella. Salem observaba a Aurora mientras vigilaba que Bellatrix no los viera.

- Eres muy guapa, Aurora. Le comprendo – dijo Salem misteriosamente, como para sí mismo. La rubia le miró extrañada:

- Estooo… ¿Qué?

Él soltó una carcajada.

- Nada. Ahora entenderás – aderezó con una sonrisa.

Bellatrix seguía inmersa en la contemplación del cielo y no había notado la presencia de los chicos. Salem aprovechó para contemplarla, pues su figura melancólica le removió como una caricia poética.

Era de piel ligeramente tostada, con un suave color café con leche muy suave; el color de piel de Bellatrix, a Aurora se le semejaba un caramelo. Los ojos verdes eran como la laurisilva, profundos y misteriosos, pero es cierto modo, acogedores; y hacían un hermoso contraste con su cabello negro, oscurísimo, y acicalado por brillos caoba. Bella vestía casi siempre de colores oscuros y le gustaba la música fuerte, como el rock, el metal o el hardcore, le iba a su personalidad, algo taciturna y tranquila, pero también alegre e inteligente, además era liberal, rebelde, y en general muy madura, pero ahora se le había presentado un tema en el que perdía pie: el amor, los sentimientos profundos. En muchos temas estaba bien puesta, pero los sentimientos nunca se le dieron demasiado bien a Bellatrix. Cuando conoció a Salem, hacía ya casi tres años, se encontró con un amigo y compañero para toda la vida; Salem y Bellatrix se complementaban, se ayudaban a escalar mutuamente por sus vidas, y así él se convirtió en su mejor amigo, y cuando el atractivo del chico hizo mella en ella, en amantes.

Eran amantes porque no se definían en que era amor lo que sentían, además no querían comprometerse, pues ambos necesitaban de la libertad que produce tener raíces, pero también alas, es decir estaban juntos, pero no atados. Además, los dos se atraían muchísimo físicamente.

Pero hacía dos años Bellatrix había conocido a Aurora al empezar un nuevo curso, ya las cosas habían cambiado, y mucho. Ella era especial. Ella había iluminado la rutina, había removido su vida. Quería saber más de ella, quería participar de su sonrisa. Incluso se hizo parte del grupo de amigos que se había hecho Aurora. A partir de ese momento, Bellatrix abrió su vida a los demás, sin saber exactamente porqué. Y hace nada más que unos meses, había empezado a hablar de eso con Salem, y, junto con sus pequeñas insinuaciones, Bella se dio cuenta de hacia donde iban sus sentimientos por la pequeña joven rubia. Al principio Bellatrix, casi inconscientemente, simplemente lo dejo pasar, como si fuera un enamoramiento pasajero, pero fue pasando el tiempo y Aurora pasaba a ser más y más parte de ella, imposible de olvidar.

Cuando se dio cuenta de que le gustaba como cualquier chico podría haberle gustado, a Bella le invadió una confusión profunda. Ella no sabía nada de la bisexualidad; recurrió a lo más cercano y lo menos chismoso, Internet. Bella se vio invadida por mitos, rumores y respuestas inconcretas. Bella no vio satisfechas sus preguntas, Bella vio confundidas sus preguntas; y entonces simplemente no hizo nada. Se contentó con tener a Salem, con desahogarse con él e intentar olvidarlo; aun así, no había funcionado. Y todo se había resuelto en una sencilla conversación, con una simple frase. ‘Tenía que haber contado con Salem desde el principio’ pensó para sí misma, sonriendo ligeramente. La sonrisa fue percibida tanto por Salem como por Aurora, y estos sonrieron a su vez.

Salem se acercó a Bellatrix con Aurora. Tan solo le susurró:

- Deja que te hable.

Ella le miró, e intentó buscar una respuesta en los ojos oscuros del chico, finalmente asintió con un leve movimiento de cabeza. Empezó a caminar hacia el árbol donde se apoyaba Bella, entonces ella si la vio y alzó la mirada, sorprendida; Aurora se sentó a su lado, acompañada por el incrédulo seguimiento de los ojos verdes de su compañera. Esta desvió la mirada de la rubia y se fijó en Salem, que estaba de pie en una pose estática, expectativa.

- Lo dejo en tus manos, Bella – sonrió. La chica movió los labios en un ‘gracias’ mudo.

Aurora miró alternativamente a ambos, sin comprender.

- Bella, ¿qué pasa? - le dijo.

Ella volvió a posar los ojos en ella, esta vez estaban brillantes de emoción contenida.

- Tengo algo que contarte al fin, Auro. ¿Me dejarías contártelo? -.

Aurora recordó las palabras de Salem, “deja que hable” le había dicho, así que eso fue lo que hizo, asintió con la cabeza y Bella empezó a hablar.

- Veras Aurora, últimamente he estado extraña contigo, pero no estaba enfadada contigo, espero que no hayas pensado eso... bueno, posiblemente sí que lo hayas pensado, pero no lo estaba, lo que me pasaba es que... me confundes, Aurora, me haces sentir cosas muy nuevas, cosas que hasta hace un momento ni sabía ponerles nombre. Pero ahora sí que lo sé y quería que tú también lo supieras. Y es que ... – Bella suspiró, preparándose para lo que tenía que decirle. Pero Aurora se adelantó, sorprendiéndose a sí misma y a Bellatrix.

- Me gustas.

Bella levantó la mirada, totalmente desconcertada. Aurora se sonrojó.

- Parecía que necesitabas ayuda – y recordó de nuevo las palabras de Salem – lo siento – dijo dándose cuenta de su fallo.

- ¿Te gusto, Aurora? – preguntó la otra, casi con ansia.

- Tú no te pares, sigue con lo que me decías - . Bellatrix cogió las manos de Aurora.

- No, por favor contesta.

Aurora miró intensamente a Bellatrix. Es cierto que antes había sentido celos hacia Salem, y que últimamente se preocupaba más en Bella, y le hacía más caso, y no podía evitar que una sonrisa aflorase a su rostro cuando ella la recibía a la entrad del instituto, y... podría ser que si.

- Yo... Bella, es que no sé si es por lo que me estas diciendo o porque de verdad me gustas. Me acabas de poner en una situación muy-

Aurora no pudo continuar, pues sus labios fueron sellados por un beso de Bellatrix, un beso ligero y suave, un piquito dado con una dulzura inusual en ella. Cuando, un breve instante después, Bella se retiró le susurró a la sonrojada chica:

- Y esto... ¿te ha gustado?

Aurora contempló su rostro de piel de caramelo. Asintió tímidamente con la cabeza, Bella soltó una carcajada sin mala intención frente a este gesto.

- Jaja, que mona eres Auro

- Mmm, ¿gracias? – le respondió con los ojos grises brillando.

EPÍLOGO

Algunos meses después.

Bella y Aurora por fin estaban comenzando una relación más o menos seria, y, después de extrañas, largas y reñidas conversaciones, Salem seguí siendo el amante y mejor amigo de Bellatrix; aunque esto no le gustaba mucho a Aurora, pues siempre sentía que nunca podría estar a su altura. Tanto como Bella como Aurora habían descubierto una nueva faceta de su sexualidad, dándose cuenta de que su orientación sexual era bisexual.

Casi todos sus compañeros y amigos habían aceptado su relación, excepto unos cuantos chicos abusones y algo sexistas que se metieron con ellas, insultándolas y humillándolas; pero Babilonia, Sami y ClaraBell junto con Thomas, que se había unido a las chicas a la “salida del armario”, habían salido en su defensa, y la ofensa se vio vuelta del revés.

Ese día el grupo de amigos fueron a celebrar el verano en una pequeña cala en el mar, un pequeño rincón privado para celebrar su graduación. Se reunieron en la casa de Dabilonia, Salem conducía y entre todos aportaban cosas, comida, mesa, sombrilla... Sami, para sorpresa de todos, había llevado un casete antiguo con sus cintas, John Lee Hoocker, Aretha Franklin y famosos del siglo anterior los acompañaron durante todo el trayecto. El sol brillaba con calidez, y el cielo aparecía despejado, de un azul intenso, salpicado del blanco inmaculado de algunas nubes solitarias.

- ¿Habéis traído caña de pescar? – preguntó al llegar Thomas.

- Pues no, ha quién se le ocurre Tom – le contestó Bellatrix.

Dabilonia pasó al lado de ellos, cargada de cestas de comida.

- Chicos, una ayudita, por favor – pidió.

Ambos se apresuraron a descargar el coche. Dante, el novio de Thomas, cargó con la mesa , y su chico se apresuró a ayudarlo.

- Que bonito, que bonito – cantaron todos, coreados por sus propias risas.

Disfrutaban y reían, como siempre lo habían hecho, sin condicionar quien era que, quien hacía que, y todos, pensó Aurora en un momento dado, eran distintos.

Ya en la playa, después de una comilona contundente, y casi vaciar los cestos de comida, se encaminaron cogidos de la mano, en una corta cadena humana, hacia la orilla. El agua llegó a los pies de los primeros, soltaron exclamaciones de lo frío que estaba el océano.

- ¿Alguien tiene calor? – gritó Salem, que comenzó salpicando a Aurora. Ella, picadísima con él, le respondió.

Entre risas empezaron a mojarse y salpicarse, y hubo más de una ahogadilla entre los chicos. Cuando estaban todos ya empapados, se sentaron el la zona húmeda de la arena, Bellatrix en medio de Aurora y Salem, Dabilonia con otro de sus muchos ligues (‘Que disfrute’ le decían siempre todos, ¿a quién le molestaba?), Thomas y Dante se hacían cosquillas, y Sami y ClaraBell estaban haciendo manitas.

- ¡Eh! Las manitas quietas – dijo Salem, con sorna.

- ¿Quién exactamente? – le contestó Aurora – hay manos moviéndose por todas partes.

Provocó un coro de risas.

Y así, rodeada de la felicidad colectiva de sus amigos, Aurora se dio cuenta de la definición que llevaba tiempo buscando para la bisexualidad, la homosexualidad.

Y así, cogida a la mano de Bella, siendo plenamente consciente de sus sentimientos, pensó:

‘Quieres, o te enamoras de otra persona no por el hecho de ser hombre o mujer, sino por el mismo hecho de ser persona. No el tener en cuenta la finalidad reproductora de la relación, sino el amar al otro como individuo.’