domingo, 1 de agosto de 2010

Relato corto II

Este seria el siguiente, pero no es una continuación, mas bien, se desarrollan al mismo tiempo.



CAPITULO I

Había sido una noche maravillosa. No había cabida para más pensamientos en su cabeza. Estaba envuelta en sus brazos, vestida con su camisa y acostada en su cama. Respiró profundamente, respirando su olor, y se dejo arropar por el calor del chico.

- Buenos días, preciosa – oyó ella a su lado, justo en su oído. Se dio la vuelta rápidamente.

- ¡Estabas despierto! – dijo de buen humor, con una sonrisa en los labios.

Él sonrió y la atrajo hacia sí, envolviéndola en el suave calor que emanaba su cuerpo. Sami acarició el pelo castaño de ClaraBell; ClaraBell se derritió con las caricias de Sami.

Un ruido, como un gruñido, interrumpió el momento.

- ¡Eh! ¿Qué ha sido eso? – dijo el chico. ClaraBell se sonrojó.

- Han sido mis tripas.

Él sonrió.

- ¿Quieres desayunar? – le preguntó.

- Hmmm… ¿nos tenemos que levantar? – se quejó ella.

Sami se levantó, dejando el torso desnudo a la vista de ella, que se sonrojó.

- El desayuno no se va a hacer solo, guapa, por muy coloradita que te pongas.

Ella soltó una exclamación contenida.

- ¡Tonto! – gritó – ahí te quedas – añadió tapándose totalmente.

- Venga – pidió con carantoñas, haciéndole cosquillas – sal de mi cama.

ClaraBell sacó la cabeza.

- Creía que nuestra cama.

- ¡Saliste! ¡Te pillé! – corrió a luchar por el resto de sabana.

Forcejearon con risa floja durante unos minutos.

- ¡El piso es de mis padres!

- ¡La mitad de la comida es mía!

Y así durante casi media hora; acabaron abrazados y haciéndose mimos.

- Bobo. Sigo teniendo hambre, por cierto. ¿No me vas a hacer el desayuno?

Él le lanzó una mirada atravesada.

- Yo me voy a hacerme mi desayuno, cuando quieras desayunar tu, ya sabes… - le contestó en un tono falso, como si bromeara, mientras se levantaba.

- ¡Vale, vale! Ya me levanto.

Sami soltó una risilla maliciosa:

- Jújuju, has caído en mi trampa monstruito –le dijo abrazándola - ¿vamos?.

- Vaamos, a veces eres…

Se levantó. Pero enseguida se volvió a sentar con un rictus extraño en el rostro. Sami se acercó a la chica, preocupado y con la cara sonrojada. Ella alzó los ojos color chocolate hasta los verdes de él.

- Siento como una molestia… allá abajo. ¿Es normal, no? Bueno, es que después de lo de anoche… dijo ClaraBell, poniéndose colorada también. Se levantó despacio.

- Esto…y, ClaraBell, ¿te gustó?

Ella sonrió.

- Te cuento durante el desayuno.

- Jajaja. Vale, vale. Se ve que tienes hambre – dijo mientras la abrazaba.

Se levantaron de la cama y salieron del diminuto y único cuarto del pequeño piso. Era un apartamento de playa, donde Sami y sus padres pasaban los veranos; Sami había conseguido que, como regalo por sus dieciocho años, le dejaran el diminuto ínfimo pisito para pasar un fin de semana a solas con ClaraBell, siempre que ellos pagaran la comida. El apartamento tenía una baño, una habitación y un salón cocina; lo justo para hacerse con unos días de felicidad plena.

Sami hizo unas tostadas y ClaraBell se calentó una taza de leche; cuando ambos terminaron de prepara la mesa y de colocar la comida, lo dos se sentaron a disfrutar de los rayos de sol que entraban a través de las cortinas, dándole al aire una apariencia dorada y cálida. Ella sentía la frescura de las baldosas en sus pies descalzos, de pronto percibió la calidez de los pies de su acompañante en contraste con el frío. Abrazó con sus pies los tobillos de él y sorbió un poco de su tazón de leche, con un regocijo nuevo para ella; Sami percibió el gesto de la chica y cogió su mano por encima de la mesa, en una caricia rebosante de ternura.

CAPITULO II

ClaraBell

Una semana y media después.

‘No me ha venido la regla’ pensé mientras estudiaba mi ropa interior, preocupándome de nuevo por el hecho de que ayer debía haberme bajado el período y aún no lo había hecho. Sé que no debo preocuparme, porque aunque… bueno aunque hiciera eso con Sami no significa que esté… nada de nada. Era un momento seguro, lo busqué en Internet y decía que había que dejar pasar unos cuantos días después la regla y no había problemas porque no estaría fértil, y no habría riesgo de quedarme embarazada. Quería que mi primera vez fuera perfecta, y vaya si lo conseguí, ahora no me puede pasar esto; lo miré todo para que pudiera ser sin preservativo, para que en mi primera vez estuviera conectada con él de verdad, sin estar separados por un trozo de látex. Lo hablé con Sami no estuvo de acuerdo al principio, pero lo convencí de que aceptara mis motivos. Aunque ahora creo que me arrepiento un poco. Solo puedo esperar a que me baje por que si no… si no, más me vale a mi que no haya un ‘si no’.

Me vestí con un vestido azul y unos leotardos violetas, cogí mi abrigo y salí por patas de mi casa, despidiéndome de mis padres mientras salía; llegaba tarde al instituto.

Pasé la mañana entre aquí y allí, sin saber muy bien que hacer, como si un manto asfixiante de preocupación me quitara la capacidad de concentración; solo podía estar pendiente de quitarme el manto pesado, y nada más. A segunda hora me preguntó el profesor de inglés unas cuatro veces la misma cosa, y yo sin enterarme de nada, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba hablando conmigo. Aurora y Dabilonia me hablaban, pero yo solo podía pensar en ‘y si esto, y si lo otro’. Cuando llegó el descanso del recreo, casi no salgo de clase. Bajé las escaleras desganada, esperando la llegada de Sami donde nos habíamos sentado todos, al pie de una de los falsos pimenteros que estaban regados por el enorme patio del instituto. Me di cuenta de que pasaba algo entre Aurora y Bellatrix, como si estuvieran tensas la una con la otra; Bellatrix no dejaba de echar miradas extrañas a Aurora, y esta no se daba cuenta de nada, hablaba emocionadísima con Dabilonia sobre tatuajes. Cuando Sami llegó no pude más que sacar una triste sonrisa, y él, con lo bien que me conoce, se dio cuenta de que algo me pasaba. Me levantó del césped con una mano, y con la otra le decía a Aurora, Dabilonia y a Bellatrix que nos íbamos un momento. Prácticamente me sentó él de nuevo en la alfombra de hierba, estaba como ida; nunca me había parado a pensar en que yo podría encontrarme en esta situación, y las consecuencias se apelotonaban en mi cerebro impidiéndome pensar en otra cosa.

- Bueno - me dijo él, con una expresión indescifrable – ClaraBell, dime que pasa.

Me lo dijo en un tono que no admitía réplica, y que me sacó brevemente de mi ensimismamiento. Le miré a lo más profundo de sus hermosos ojos verdes, esos que me recordaban a un prado de verano.

- Veras, Sami…es que no me ha bajado la regla todavía – solté, medio de sopetón, para no extender el momento.

Sami no hizo nada, me miró también a los ojos, y así estuvo un rato.

- ¿Cuándo tenía que venirte?

- Ayer – contesté.

- ¿Y has estado dándole vueltas a la cabeza sobre el asunto, te has angustiado? – me preguntó en el mismo tono neutro.

- Si, un poco si, la verdad.

El respiró como si el manto pesado no le pesara tanto, más tranquilo.

- Vale. Recuerda lo que te había contado antes, lo de que si te preocupas, te angustias y etc. se te va a seguir retrasando, lo que tienes que hacer es relajarte y distenderte del tema, ver una peli esta tarde en tu cuarto, leer o hacer algo que te haga concentrarte en otras cosas, ¿si? - me explicó.

Jugué con las mangas de mi rebeca, que me cubría los dedos. De pronto me di cuenta de que me estaba preocupando por algo que no era la primera vez que me pasaba, sin ir más lejos, el mes pasado se me retrasó tres días. Miré a Sami, absorbiéndolo todo lo que podía, su pelo castaño, sus ojos verdes, su sonrisa de labios carnosos, su pecho firme y bien moldeado… era tan guapo.

- Tienes razón, amor, perdona. Me estaba preocupando por cosas que no eran – le dije con dulzura.

Él puso una media sonrisa.

- Lo que tienes que hacer es pensar en otras cosas, ¿vale?

En ese momento no pude más que asentir, confiando plenamente en su palabra.

Casi cuatro horas más tarde llegaba a mi casa, con el olor a la comida recién hecha de mi madre flotando en el aire.

- ¡Hola, mamá! Ya estoy aquí- saludé.

- Se oían los típicos ruidos de cocinas, calderos, cubiertos…

- Hola, mi amor – contestó ella desde la cocina - ¿qué tal el día?

Me dispuse a describirle mi día, omitiendo lo que me había estado preocupando.

- Pues la verdad es que ha estado un poco raro, hoy me ha costado más concentrarme, pero bien. Y Aurora y Bellatrix están muy raras, y Thomas se ha echado novio… ah si, y el profe de mates nos ha puesto un examen para la semana que viene.

- Bien, ¿y lo tienes bien preparado? - me preguntó mientras cortaba unos tomates para la ensalada.

- Si, este tema lo llevo bastante bien. Voy a dejar las cosas en mi cuarto y vuelvo a bajar.

Cogí mi mochila verde y subí las escaleras al segundo piso. Dejé la maleta de cualquier manera en el suelo de mi cuarto y me metí en el baño a hacer pis.

Cuando me miré las braguitas… ¡Si! ¡Ahí estaba la deseada sangre! Ni había notado cuando me había venido. ‘No estoy embarazada’ me dije para mí misma ‘¡No estoy embarazada! Jopé… ¡que bien! Soy feliz… por favor que simple soy’ pensaba, contenta por fin.

Salí del baño dando saltitos y súper feliz, tanto, que mi madre me preguntó que si me había pasado algo. Yo le conteste que simplemente me había puesto de mejor humor. Esperamos a mi padre para comer, en tanto pusimos la mesa mientras nos contábamos cosas de nuestros respectivos días. Había un delicioso estofado de pollo en su salsa (receta de mi abuela) con guarnición de verduras sofreídas, estaba tan rico que los tres repetimos, después nos quedamos viendo la tele un rato, haciendo un zapping mixto según quién tuviera el mando.

CAPITULO III

Dos meses después.

ClaraBell y Sami habían pasado a un nivel más íntimo de su relación. Mantenían relaciones sexuales, con protección, pero a veces ClaraBell proponía hacerlo sin el, ya que controlaba su calendario menstrual; como a Sami lo que más le gustaba era poder sentir a ClaraBell, no podía negarse a su propuesta. Estaban viviendo lo mejor hasta ahora de su relación, en que el tiempo que pasaban juntos era siempre de felicidad para ambos. Cuando estaban ellos dos solos el mundo desaparecía y se entregaban a todos sus actos, desde prepararle un sándwich al otro como disfrutar de una larga conversación.

Sami estaba ahorrando para comprarse un coche, así que algunas tardes entre semana iba a trabajar de camarero en un bar elegante de la zona pija; siendo tan guapo y tan bien visto, era difícil rechazarlo como trabajador. El curso estaba casi terminando y tenían pensado aprobarlo todo para pasar un verano estupendo, juntos, y con sus amigos; pero algo totalmente inesperado les iba a complicar un poco las cosas.

Era viernes y Sami y ClaraBell tenía pensado salir a dar una vuelta para disfrutar del calor, y a lo mejor ir después a la playa, porque hacía como un año que no iban a bañarse juntos en el mar y lo echaban de menos. Al salir de clase se fueron cada uno a su casa. Sami acompañado de Thomas y Dante, a sufrir las muestras de cariño de los dos homosexuales, y ClaraBell, que vivía más cerca, iba con Aurora y Dabilonia, Bellatrix se les unió en el último momento.

- Que calor hace, ¿no? – dijo ClaraBell.

- Pues la verdad es que yo creo que hace un tiempo estupendo, la brisa no está caliente como la semana pasada.

Pasaron el resto del camino hablando.

Cuando ClaraBell llegó a su casa saludó a su madre y subió las escaleras. Entró en su cuarto, una habitación pintada de violeta pastel y con muebles de madera, y llena de estanterías de libros y manuales de todo tipo; resaltaba una balda llena de muñequitos, de esos que vienen en los huevos Kinder. Se sentó en la silla de escritorio, enfrente de su mesa y miró su calendario para revisar cuantos exámenes le quedaban. Solo le quedaban tres, de economía, de filosofía, bastantes importantes, así que ClaraBell empezó a preparar los libros que necesitaba para estudiar. Volvió a mirar el calendario; quería asegurarse de que tenía los días bien organizados.

Y ahí se dio cuenta de que faltaba una marca roja en este mes, ahí se dio cuenta de que hacía más de un mes que tenía que bajarle la regla. Se puso nerviosa. La última vez que le había pasado algo parecido, terminó por bajarle al día siguiente, pero ahora… hacía más de una semana que no le venía. Respiró intentando tranquilizarse y cogió su móvil, telefoneó a Sami.

- ¿Sami?

- Si al habla, dime preciosa.

- Sami…no se como…no me ha bajado la regla todavía.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.

- ¿Es como lo que pasó la última vez?

- No lo sé. No he estado pendiente, es decir, que no me he preocupado y… Sami… me estoy asustando.

- No, no pequeña. Sabes que pase lo que pase voy a estar contigo, ¿vale? Lo que tienes que hacer es comprarte una prueba de embarazo, de esas que haces pipí y te dice lo que estas. Vamos a comprarla esta tarde.

- Vale. Amor, tengo que colgar, voy a comer. Te quiero.

- Adiós mi amor.

ClaraBell escuchó los pitidos de la línea, como si fueran las trompetas de un condenado. Lo sabía, no tenía claro como lo sabía, pero lo sabía; estaba embarazada.

A la tarde quedó con Sami en la esquina de su casa. Después de comprar la prueba, muy cara para el hecho de que era algo totalmente necesario y no un capricho, se despidieron.

ClaraBell fue al baño, caminaba como si la llevaran a la guillotina. Se sentó en el váter y se bajó las braguitas. Se hizo la prueba la prueba.

Espero un minuto, dos por si acaso.

Y miró el resultado.

Positivo.

Prácticamente sintió como la realidad se distorsionaba a su alrededor, como el aire le asfixiaba de nuevo, como la última vez pero peor, mucho peor.

Si, lo estaba, estaba embarazada.

Se apresuró a llamar a Sami con dedos temblorosos. A pesar de su amor, a pesar de todo, ClaraBell no podía tener ese niño.

Sami le dijo que tenían que buscar un sitio donde poder… abortar. Esa palabra sabía extraña en el paladar de ClaraBell, como cuando chupas las llaves y tienen ese extraño sabor metálico.

De repente sentía que vivía en un remolino, como todo da vueltas y vueltas, y pasaba una velocidad de vértigo.

Buscó desesperada entre la cantidad de papeles de su escritorio. Recordaba que en una charla de sexualidad en el instituto le habían dado una guía en la que estaba un centro privado donde se podía hacer un aborto. Lo encontró rápidamente, ocultó en otros papeles.

Llamó con rapidez y manos temblorosas.

Era caro, muy muy caro. Cuatrocientos euros que no sabía de dónde sacar. Colgó dándole unas inentendibles gracias.

Llamó a Sami.

- No tenemos dinero para pagar algo así – le dijo entra sollozos espasmódicos.

- Yo tengo ahorrados doscientos euros más o menos. Pero necesitamos otros doscientos… puedo hablar con mi padre y…

- ¡No Sami! No puedo decir nada me matarán… yo… tengo miedo Sami… tengo miedo…

- Tranquila – le dijo con ternura – cariño tranquila. Hay que decírselo a tus padres y a los míos. No podemos hacer esto por nuestra cuenta, ¿lo entiendes?

Ella sorbió con la nariz.

- Sí, lo entiendo… estoy asustada.

- Lo sé. Yo también – suspiró – voy a hablar con mi padre. Si quieres espérame, y se lo decimos los dos a tus padres.

- Sí, por favor. No sé si sola lo voy a poder hacer esto – dijo mientras se encogía en sí misma, rodeando su tembloroso cuerpo entre sus propios brazos.

- No te preocupes, amor. Estoy contigo. Esto es responsabilidad tanto tuya como mía.

- ¿Sami?

- Dime.

- Te quiero. Nos vemos luego.

- Si.

Colgaron. Respirando a la vez, cada uno enfrente de sus respectivas mesas, los dos apretando la frente contra la superficie del mueble, con los ojos llorosos.

La reacción de los padres fue la esperada. Sorpresa, frustración, enfado. Pero Sami intercedió por ClaraBell, y ClaraBell por él. No los llamaron irresponsables. Lo hicieron con rapidez, acortando todo lo posible el trauma.

EPÍLOGO

Varias semanas después.

Ese día el grupo de amigos fueron a celebrar el verano en una pequeña cala en el mar, un pequeño rincón privado para celebrar su graduación. Se reunieron en la casa de Dabilonia, Salem conducía y entre todos aportaban cosas, comida, mesa, sombrilla... Sami, para sorpresa de todos, había llevado un casete antiguo con sus cintas, que las había proporcionado ClaraBell, estaban más unidos que nunca. John Lee Hoocker, Aretha Franklin y famosos del siglo anterior los acompañaron durante todo el trayecto. El sol brillaba con calidez, y el cielo aparecía despejado, de un azul intenso, salpicado del blanco inmaculado de algunas nubes solitarias.

ClaraBell respiró el aire con olor a salitre al bajar del coche. Era alguien nuevo. Había madurado de manera rápida, pero certera. Tanto ella como Sami.

Todos estabas envueltos en risas y regocijo. Ellos no sabían lo que había vivido su pareja reciente.

Ya en la playa, después de una comilona contundente, y casi vaciar los cestos de comida, se encaminaron cogidos de la mano, en una corta cadena humana, hacia la orilla. El agua llegó a los pies de los primeros, soltaron exclamaciones de lo frío que estaba el océano.

ClaraBell trepó por el cuerpo de Sami, huyendo del agua y de las salpicaduras de sus amigos, que habían empezado a jugar en el agua. Entre risas empezaron a mojarse y salpicarse, y hubo más de una ahogadilla entre los chicos. Cuando estaban todos ya empapados, se sentaron en la zona húmeda de la arena.

Estaban todos haciéndose mimos, todos tenían pareja.

ClaraBell besó a Sami y lo miró con ternura.

- Te quiero, siempre.

El sonrió y se le iluminó la mirada.

- Yo también.

Se rieron por un comentario de Aurora.

Miraron al cielo, que los cubría por igual a todos. Pasara lo que pasara, para ClaraBell el cielo seguiría siendo el mismo. Y, algún día… recuperaría ese hijo.

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